jueves, 6 de abril de 2017

CRÍTICA | EL GUARDIÁN INVISIBLE, de Fernando González Molina



La literalidad como literatura
EL GUARDIÁN INVISIBLE, de Fernando González Molina
España, 2016. Dirección: Fernando González Molina Guión: Luiso Berdejo, a partir de la novela homónima de Dolores Redondo Música: Fernando Velázquez Fotografía: Flavio Martínez Reparto: Marta Etura, Elvira Mínguez, Francesc Orella, Itziar Aizpuru, Carlos Librado, Miquel Fernández, Pedro Casablanc, Colin McFarlane, Benn Northover, Paco Tous, Manolo Solo, Ramón Barea, Patricia López, Quique Gago, Mikel Losada, Susi Sánchez, Miguel Herrán, Richard Sahagún, Miren Gaztañaga, Javier Botet Género: Thriller Duración: 125 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 03/03/2017
¿De qué va?: Tras trabajar para el FBI, la inspectora Salazar vuelve a su pueblo natal para investigar el asesinato de varias jóvenes de la zona. La policía tendrá que enfrentarse a su propio pasado, a sus miedos de infancia y a la intransigencia de los lugareños con el objetivo de cazar al culpable.


Caso. En una entrevista reciente, el director Fernando González Molina defendía la idea de que un director que adapta un material ajeno no es menos autor que otro que sí firma los guiones de sus trabajos. El debate lo abre un realizador que se ha especializado en su faceta de "adaptador", encargado en los últimos años de llevar a la gran pantalla los éxitos editoriales de Federico Moccia (Tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti) y Luz Gabás (Palmeras en la nieve), siempre con Antena 3 en el soporte de producción y libreto rubricado "mediante encargo" por otro nombre. ¿Estamos ante un culpable que busca coartada? El guardián invisible, su última película, al hilo de esas declaraciones, puede servirnos para definir posturas respecto a esa cuestión. Empecemos a investigar, con o sin la inefable ayuda de la inspectora Salazar que, tras existir en el imaginario de una gran comunidad de lectores, ahora obedece al rictus asustadizo de Marta Etura.


Pistas. Efectivamente, estamos ante una obra que lleva el sello de su artífice: se repite una afinada exquisitez técnica, sin parches ni complejos, si bien esa pericia ahora nos lleva a un escenario noir casi antónimo a la África colonial de su anterior largometraje y muy cercano al thriller nórdico. Y por encima de lo dicho, si hay algo que une a toda la filmografía de González Molina es la voluntad por confeccionar películas de corte industrial, dirigidas en primer lugar al lector de la novela, y en última instancia a un público mayoritario "de multicines". "Huir de la españolada", que diría el malintencionado. "Llegar a todos para no convencer a nadie", según el crítico de turno. Y a ambos, en parte, no les falta razón. Sea como sea, una expresión de ese cine, el nuestro, que sigue explorando caminos, tal vez buscando su identidad en un territorio cinematográfico "genérico", el mismo que convierte la geografía navarra en un espacio inconcreto que bien podría ser Suecia, Canadá o cualquier lugar del planeta. Pero volvamos al argumento inicial. 


Veredicto. Analizadas las pistas, con harinas, flashbacks y recursos místicos de por medio, puede afirmarse que  El guardián invisible es una mala película (en la senda de los films citados, o incluso empeorándolos), todo ello debido a un guión risible, tan serio que cae en lo paródico, incapaz de ir más allá de la cronología novelesca. He aquí la cuestión: cuando se confunde la literalidad con la literatura, poco importa quién interprete, ambiente, escriba o dirija. Nuestro cine sigue sin entender que lo que funciona en el papel puede no hacerlo en pantalla grande (y viceversa). "Adaptar" no es convertir un texto en fotogramas, sin más. Tampoco filtrar datos, seleccionar pasajes o reducir una prosa a dos horas de diálogos. Es "crear". En términos diferentes a como lo haría un director-escritor, pero "crear" al fin y al cabo. En resumen, González Molina se equivoca de cuestión: la clave no está en el "quién" sino en el "cómo". Y a juzgar por las risas involuntarias, los bostezos y el asombro que se están registrando en sus sesiones, no queda duda que el director pamplonés repite modus operandi, como los asesinos de renombre; y como a un psicópata malo, se le ven sus flaquezas desde el minuto uno. Caso cerrado.


Para lectores y espectadores que devoran páginas e imágenes, sin importar la digestión.
Lo mejor: Su atmósfera, especialmente conseguida en el último tramo.
Lo peor: Cae en el ridículo involuntario.


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