miércoles, 23 de noviembre de 2011

Matanza samurai: Crítica de 13 ASESINOS

 A tota la tropa de la 8 i mig.

Takashi Miike es un realizador sumamente prolífico. Ha dirigido alrededor de treinta largometrajes en tan sólo diez años y es un referente del cine asiático del momento. Gracias a Ichi The Killer o Dead or Alive conocíamos su dominio de la acción ambientado en el mundo de la mafia de los Yakuza. Ahora 13 asesinos, después de la inédita Sukiyaki Western Django y antes de que se estrene Hara-Kiri: Death of a Samurai, nos traslada a los últimos años del Japón feudal, a la última generación de guerreros samuráis. Aunque estamos ante un remake del film homónimo de Eichi Kudo, 13 asesinos conserva la esencia del mejor Miike, seguramente el más comercial tras sus incursiones con el terror extremo de Audition y la traducción en imágenes del manga Llamada perdida, posteriormente refabricada por Hollywood.

13 asesinos se desmarca del cine de época (impoluto, grandioso, puntilloso) del chino Zhang Yimou, se aleja del tono hiperbólico de Chan-Wook y tampoco acaba de emparentarse con las coreografías violentas de Quentin Tarantino (el más oriental de los artistas occidentales) y Takeshi Kitano (el más occidental de los artistas orientales). Estamos ante una película de estilo sobrio, con unos personajes anacrónicos, descritos con una economía de gestos y palabras impecable. Y a su vez, 13 asesinos se puede definir como un cuento de acción trepidante que no reniega de buenas raciones de pringue rojo y que entusiasmará a los aficionados al cine más pasado de rosca. Funciona como cine minimalista de silencios y miradas, como retrato impecable del código de honor samurái y como trama de espionaje palaciego. Paralelamente, el Miike de siempre se impone en el segundo tramo de la historia, repleto de comedia negra y thriller de luchas imposibles. Dos realidades que enriquecen la película: en ella se dan cita el Miike más serio con el más festivo. Un espectáculo de visión obligatoria para todo cinéfilo.


Nota: 7

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