martes, 7 de abril de 2015

CRÍTICA | EL CAPITAL HUMANO (IL CAPITALE UMANO), de Paolo Virzì


El precio de una vida
EL CAPITAL HUMANO (IL CAPITALE UMANO), de Paolo Virzì
7 premios David di Donatello, incluyendo mención a la mejor película
Italia, 2014. Dirección: Paolo Virzì Guión: Paolo Virzì, Francesco Bruni y Francesco Piccolo, a partir de la novela de Stephen Amidon Fotografía: Jérôme Alméras y Simon Beaufils Música: Carlo Virzì Reparto: Valeria Bruni Tedeschi, Fabrizio Bentivoglio, Valeria Golino, Fabrizio Gifuni, Luigi Lo Cascio, Giovanni Anzaldo, Matilde Gioli, Guglielmo Pinelli Género: Drama, thriller Duración: 105 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 10/04/2015
¿De qué va?: En las vísperas de Navidad, un ciclista es atropellado en una carretera secundaria. Seis meses antes, cerca del lugar del accidente, los Bernaschi siguen con su rutina en la mansión familiar. Dino, un agente inmobiliario, hace amistad con Giovanni, un especulador financiero con mucha labia. La relación entre las dos familias parece ir viento en popa hasta que un suceso pone patas arriba la estabilidad económica y emocional de todos.


Muchas veces olvidamos que detrás de una creación artística siempre se esconde un posicionamiento político. No somos conscientes de ello, tal vez tampoco nos interese serlo (ir todo el día con el psicoanálisis a cuestas cansa muchísimo), pero todo lo que hacemos y todas las opciones que tomamos, bien como autores o como espectadores, esconden una trastienda ideológica. Lo dicho puede parecer una obviedad, pero toma especial importancia cuando uno se enfrenta al visionado y al análisis de una película como El capital humano, una obra que bebe de las corrientes estilísticas y temáticas de la contemporaneidad. Un film que es 'hijo de su tiempo', en el mejor y en el peor sentido de la expresión.

A día de hoy todos defendemos la libertad artística (¿alguien en su sano juicio no lo haría?), pero al mismo tiempo sancionamos aquellas películas que definen de forma muy nítida su bagaje político (la crítica, ante estos casos, suele recurrir a términos como 'panfleto', 'partidismo' o 'discurso fácil'). Ni tan siquiera los grandes autores restan inmunes a ello: basta pensar en las devastadoras consecuencias que tuvo para Medem la realización de La pelota vasca (la piel contra la piedra) o las más recientes notas airadas sobre la vinculación de Eastwood al ala más conservadora de la derecha norteamericana con motivo de El francotirador (lo reconocemos: el blog participó de ello en su momento) para darse cuenta de que la 'opinión pública' suele castigar a aquellos que dejan al descubierto sus colores políticos.


En paralelo a lo anterior, vivimos en un momento en el que todos los foros de expresión se han vanalizado. Ya no reflexionamos: nos limitamos a opinar (con un matiz: todos podemos verbalizar o escribir una opinión, pero la elaboración de una reflexión completa y compleja sólo está al alcance de unos pocos). Hemos creído que todo cabe en los 140 caracteres de un tweet, que el titular informa más que la noticia en toda su extensión y que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. ¡Mentira! Estamos en un mundo globalizado y marcado por los lazos tecnológicos y las redes sociales, pero ello, lejos de unirnos, ha marcado todavía más las diferencias y los recelos. Y como resultado, el cine del siglo XXI, en términos generales, obedece a unos estándares morales, formales y comerciales bastante peligrosos: se evita la controversia, se compra la 'marca blanca' y se intenta ser cercano y reconocible a la par que exótico y universal. Pura falacia de la modernidad.

No hemos perdido el norte. Todo lo dicho viene a colación de El capital humano, una película que tiene su base en la Europa de la crisis económica y de valores. El film arranca con un camarero que, tras terminar su jornada laboral, es atropellado mortalmente por un coche. Uno podría pensar que a partir de ese momento la atención de la ficción recaerá en la víctima, pero no es así: ese arranque sirve a Virzì para hilvanar en tres capítulos y un epílogo las luces y sobre todo las sombras de los Bernaschi y su círculo más íntimo de socios y supuestos amigos. Los Bernaschi tienen su mansión a pocos metros del lugar del siniestro, por lo que el film empieza con una promesa funesta: en la vida de esos personajes 'algo huele a podrido'. Lo que sigue son tres visiones, tres variaciones de lo que sucedió o pudo suceder, de las verdaderas motivaciones y bajas pasiones de todos los participantes del misterio. Un conjunto que, obviamente, desemboca en un final en el que todas las piezas encajan y en el que el orden se reestablece, si bien también quedan al descubierto las verdades menos amables de unos y de otros.


Con estas líneas, podría parecer que El capital humano es un film despiadado que critica ferozmente a la burguesía corrupta o que no esconde su naturaleza política... No es así. Virzì nunca retrata el corazón de los Bernaschi: le interesa más retratar los 'satélites' que giran alrededor de éste. Prueba de ello es que los tres personajes que basan las partes del relato son nombres ajenos a la actividad corrupta del patriarca: Dino, el arribista que deja maravillarse por la opulencia de su amigo (en un primer episodio, además, de comedia subterránea); Clara, la mujer que vive ajena a los tejemanejes de su marido y que esconde su insatisfacción vital en proyectos que nunca llegan a realizarse ('crees que soy imbécil y por eso no me cuentas nada', le dice a su esposo en un momento clave de la película); y Serena, la falsa novia del 'heredero' que disfruta del estatus de su amigo sin tomar partido por nada ni por nadie (el perfil que representa Serena es muy parecido al de una Clara joven: de ahí que las relaciones entre ambas y la posible mutación de roles entre una y otra sea una de las cuestiones más interesantes del film). La película, por lo tanto, no se interesa, o al menos no de forma explícita, por Giovanni, el millonario que promueve la infelicidad de todos, y su hijo, un pijo de cuidado que no sabe cómo reaccionar cada vez que sale de su pedestal de 'niño rico'.

Se me ocurren dos justificaciones que explicarían por qué Virzì elide a conciencia el tratamiento de los personajes 'principales' (al menos, los que tienen más peso en la trama o los que concentran la maraña de engaños y falsas apariencias de ésta). La primera obedece a lo dicho anteriormente: El capital humano quiere gustar y llegar a todo tipo de públicos, y por ello evita ir al epicentro del problema, intenta no mojarse, opta por 'dejar a la libre intuición' los aspectos principales de la historia en lugar de detallar la personalidad y de filmar sin rodeos las malas artes de todos sus miembros. Esta visión gana enteros si vemos de forma panorámica el último cine italiano, fiel a argumentos de corte decadentista pero a la postre bastante condescencientes con aquello que en teoría están poniendo en duda: ahí están Viva la libertà, poco más que una comedieta sobre las rivalidades políticas, o Habemus Papam, una exposición generalista sobre la responsabilidad y el miedo escénico en lugar de la crítica al estamento eclesiástico que todos esperábamos de un autor como Moretti (a la contra, títulos como Reality, La gran belleza o la serie Gomorra sí han sabido ir más allá en sus principios temáticos, sin miedo a resultar ficciones muy crudas). 


La segunda teoría es más benévola con la película. Tal vez Virzì no puede contarnos las interioridades de Dino y de su retoño porque éstos son dos personajes en el fondo más planos de lo que parece. Al fin y al cabo, la situación de crisis, desfalcos y estafas sólo puede llevar la firma de alguien cegado por el interés monetario, de un perfil más básico de lo que podría intuírse a simple vista. Virzì 'desglamouriza' la figura del mafioso, echa por tierra la mística y los dilemas morales de 'los Padrinos': quienes portan la culpa o se ven salpicados por el engaño acaban resultando más humanos, y a la postre más interesantes como material cinematográfico. Por eso el film nunca nos muestra la reunión de Dino con sus colaboradores, sus viajes a Milán o las charlas durante las partidas de tenis de los viernes, y por eso las escenas que Coppola hubiera firmado en la oscuridad de los despachos masculinos suceden en espacios nuevos y en boca de personajes inesperados: véase el ultimátum que hace Dino a Clara en el teatro casi al final del relato o la perspicaz utilización del encuentro inicial en la mansión y la gala navideña en el instituto de Serena como excusas perfectas para 'reunir' a los personajes y, de paso, destapar sus miserias. 

Sea cual sea la postura que uno decida tomar, El capital humano me plantea algunas dudas. Aunque el sistema de historias cruzadas ayuda a desentrañar poco a poco los secretos de la historia, aporta más bien poco la exposición de escenas idénticas mediante perspectivas diferentes (una narración más clásica hubiera beneficiado al film). Tampoco me convence el hecho de que el personaje que tiene la llave de la resolución no se presente hasta la hora de metraje (Luca), como si el director necesitase más contrapuntos en su intento por 'contar por omisión'. Y en relación a ese personaje, no puede dejar de exponerse el evidente mensaje final de la cinta: los ricos, aunque también lloran, siguen a flote, mientras que los marginados del sistema siempre terminan por 'cargar el muerto' (coloquial... y literalmente). 


Más interesante es el discurso que el personaje de Bruni Tedeschi realiza en la última escena del film. En su dormitorio, a la vez que observa la fiesta que se ha organizado en el hall de la casa, asume que personas como su marido han llevado a Italia a la crisis, y que pese a todo se permiten el lujo de reír y de disfrutar de festejos como el que está a punto de presidir. En ese momento, El capital humano parece despejar cualquier atisbo de duda sobre sus resortes formales y políticos: estamos, pues, ante una clara referencia a la clase que especuló (no sólo con dinero) y que sigue indemne. Incluso el hecho de que uno pueda dudar de los posicionamientos y de la pertinencia de algunos puntos de la película (esa citada estructura de historias cruzadas, la exposición antónima de clases sociales, etc.) acaba por decir mucho, y muy bien, sobre El capital humano. Una película, en definitiva, de sumo interés y de gran actualidad, aunque en mi fuero interno siga pensando que al film a veces le cuesta seguir el principio de 'al pan, pan; y al vino, vino'. Será que soy muy antiguo, o que films tan transparentes y radicales en sus postulados como los de Claude Chabrol ya han pasado a mejor vida.


Para seguir desentrañando los misterios de la crisis económica.
Lo mejor: Valeria Bruni Tedeschi y Fabrizio Bentivoglio.
Lo peor: A veces uno no sabe en qué campo está jugando.

No hay comentarios: