lunes, 5 de noviembre de 2012

VISIONADOS VARIOS: SIDNEY (HARD EIGHT), de Paul Thomas Anderson

La ópera prima de un genio
SIDNEY (HARD EIGHT), de Paul Thomas Anderson (EE. UU., 1996)
¿De qué va?: John viaja hasta Las Vegas para conseguir los 6.000 dólares necesarios para enterrar a un familiar. Sin un céntimo y sin medios para volver a casa, John conoce a Sidney, un hombre mayor vestido de esmoquin y parco en palabras que está dispuesto a ayudarle. Sidney inicia a John en el arte del juego y le enseña a ganar dinero en los casinos sin levantar sospechas. Entre ambos se entablará una relación de amistad y una deuda que dos años después se pondrá a prueba cuando John se enamore de una camarera con problemas económicos.
Palmarés: Premio al mejor cineasta novel concedido por la Boston Society of Film Critics Awards. 5 candidaturas a los Independent Spirit Awards: mejor ópera prima, fotografía, primer guión, actor protagonista (Baker Hall) y actor secundario (L. Jackson). Proyectada en el Festival de Deauville 1996.


 

Valoración: El cine de Paul Thomas Anderson se ha consagrado casi por entero a retratar con crítica y con fascinación las figuras del fracasado y del aprovechado. El primero es víctima de sí mismo y de otros. El segundo es un arrivista miserable que resulta mal parado por sus cuestionables praxis. Sidney (Hard Eight) no solo aclara las directrices del cine de su responsable sino que demuestra cómo Anderson ha ido mejorando a todos los niveles la fastuosidad visual y la robustez de sus guiones. En el momento de su estreno Sidney podía resultar una versión descafeinada de ese nuevo thriller norteamericano que abanderó Quentin Tarantino por méritos propios y también por exceso de críticas y citas por parte de los llamados entendidos. Y ahora cuesta reivindicar Sidney como película sólida e independiente, ya que se disfruta más entendiéndola como el preludio de Boogie Nights y siguientes que como obra fundacional por sí sola. Uno puede jugar a imaginar el personaje de Gwyneth Paltrow como una extensión de los personajes de Julianne Moore y Heather Graham en la citada Boogie Nights o la drogadicta que encarna Claudia Wilson Gator en Magnolia. También se presta a conexiones varias el John que defiende John C. Reilly con otros bonachones conflictivos 'andersonianos', siendo el protagonista de Embriagado de amor el caso más evidente. Sin obviar lo evidente: el personaje de Philip Baker Hall tiene algo de cowboy magullado, de anciano de falsa bondad, de mago manipulador con muchos ases en la manga y otro tanto que callar, algo que ocurre con el predicador y el presentador televisivo de Magnolia o el petrolero y el párroco de Pozos de ambición. Tomando, por lo tanto, esta Sidney (Hard Eight) como introducción más que como un todo sólido, nos encontramos ante una película marciana cuyos diálogos no siempre tienen el suspense, la perversión y la rareza que en apariencia intencionaban. A la antipatía que despiertan los personajes se le suma la poca consistencia de la historia, ya que lo que nos cuenta Thomas Anderson empieza en la nada y termina también en sitio de nadie, como si la verdadera intención de Sidney (Hard Eight) fuese hacernos partícipes de una anécdota (la acción de un mafioso samaritano que salva a dos descarriadados) más propia de un cortometraje, tal vez de una de las líneas argumentales que luego su director insertaría como partes del mosaico de sus historias cruzadas. Hay, eso sí, el ojo clínico y el temple del maestro: el Paul Thomas Anderson que conocemos y admiramos sale a la superficie en algunas escenas como la partida a los dados con Seymour Hoffman (de alguno manera el epicentro de la historia y el momento que da título al film) o el travelling que marca la huida del motel de los tres protagonistas. Motivos más que suficientes para rescatar o descubrir este compendio de lo que sería (lo que es) el laberinto ficcional de uno de los más grandes. Porque al fin y al cabo Thomas Anderson siempre nos cuenta la misma historia, sustentada en las relaciones de poder, sumisión y empatía que se establece entre siervo y criado, entre el pensador y el hombre de acción, entre el pragmatismo y la falsa moral de esos seres que tocaron el cielo con esa obra maestra llamada Pozos de ambición.


Para arqueólogos del mejor cine estadounidense de los últimos años.
Lo mejor: Las esporádicas muestras de genialidad de Thomas Anderson.
Lo peor: Es elegante pero fría y poco consistente.

Nota: 6'5

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