jueves, 4 de febrero de 2010

RICKY 8 / 10

Ricky llega a las salas españolas con un año de retraso, algo habitual teniendo en cuenta que el cine de Ozon tiene una difusión en nuestro país bastante desigual. Es una lástima que se nos nieguen muchas obras de este director francés, un artista hiperactivo cuya frenética actividad tiene su correlato en cambios de géneros, mezclas de tonos y experimentos varios que tienen plaza asegurada en los festivales de medio mundo. Ricky, otra pieza bizarra, suma y sigue en este cómputo de rarezas indescriptibles. Ozon se impone como contador de historias y reniega de la figura del creador, al menos como se concibe en la vieja Europa. El cine de Ozon muta con cada película y, al final, tal eclecticismo solo puede analizarse aceptando que Ozon carece de estilo propio, aunque sí del suficiente aplomo para narrar aquello que quiere como quiere. Las imágenes de Ozon nos remiten a un cine que desecha las etiquetas, que titubea, que parte más de intuiciones que de férreas convicciones. Ozon se descubre a sí mismo en cada título, de la misma forma que Ricky se busca, se encuentra y se complica en apenas una hora y media. En conjunto, la película se presenta como una lograda imitación del escenario, personajes y constantes del cine de los Dardenne, una vena realista que choca con un segundo tramo anclado en la fantasía de un bebé alado, quién sabe si la recreación de un ángel ateo y moderno. El naturalismo se impone y lo fantástico se adhiere al relato como fenómeno paranormal: los personajes se sorprenden ante los atributos del recién nacido e incluso esconden al pequeño para evitar problemas, esa alienación e incomprensión social tan característica en sus vidas. Las alas de Ricky, elemento irracional, se insertan en la vida de la familia Sanchez de forma racional (es muy significativo que la madre, para investigar las extremidades del pequeño, opte por leer un libro de anatomía y no un manual esotérico, fantasioso o infantil). Las alas de Ricky son un milagro, una tara y un motivo de tristeza, todo a la vez. Las alas de Ricky pautan la desintegración familiar (las primeras marcas en la espalda del bebé serán interpretadas como trágicas señales de un maltrato inexistente), una nueva vida en equilibrio (la familia es tocada por la suerte de la lotería, supura la marcha de Paco y reorganiza sus rutinas, elementos nímios, aquí llenos de sentido, como los viajes a la escuela o las jornadas laborales en una fábrica de productos químicos) y un reencuentro que afianza la familia y completa la fábula (los protagonistas acaban juntos y saben que Ricky, a cuya presencia física renuncian a favor de un sentimiento familiar mayor, ha sido su elemento unificador, curtidor). La parábola llega a una extraña cúspide en sus momentos de humor absurdo: la madre midiendo las alas de un pollo muerto o el vuelo de Ricky en el supermercado. En definitiva, una película diseñada a modo de juego y portadora de una indescriptible atmósfera, a ratos críptica, a ratos simpática.


Ricky es, pese a todo, una película excesivamente naif, tan ingenua como las intenciones de su autor. Ozon nos niega emociones verdaderas y el espectador sigue la historia con una expectación más o menos viva. Ricky, que al jugar con el drama y la comedia deviene un thriller de formas irregulares, acaba por mostrar sus flaquezas en un final carente de poética: las dichosas alitas no parecen significar nada y el director no deja demasiado margen para posibles interpretaciones (y, de dejarlo, las lecturas se intuyen poco o nada sesudas). Ricky es más una idea brillante que una película excelente, una tesis fuerte con un resultado discutible, por ello no menos interesante. Se la puede acusar de poca enjundia, pero la película tiene una gracia inaudita. A nivel personal, Ricky es una actualización endiablada del ángel bíblico e icónico; si José era una persona normal y Jesús su hijo, aquí el mesías, que reunirá a la familia sin recurrir a la palabra, surge de dos humildes trabajadores y un encuentro sexual furtivo y causal, casi sucio, en los baños de una fábrica fría. Enamora también el personaje de la hermana de Ricky, testimonio de la apatía de su madre, sus coqueteos con Paco, la marcha de éste y la posterior resurrección de todo y de todos, no sin ser víctima de pequeños celos (al bebé que le resta peso en la coyuntura familiar) y recelos (a Paco, porque la niña ya escarmentó con la antigua relación de su madre). Ozon asume riesgos y se tira a una piscina sin agua… pero al menos lo intenta y el espectador lo percibe y lo aplaude. Ricky atesora la magia de lo que nos descoloca y ello la hará más fuerte en próximos visionados. Es un relato sobre precariedad laboral, maternidad con problemas y familias desestructuradas… y al mismo tiempo no es nada de todo lo dicho. ¿Qué es y quién es Ricky? ¿Quién es y cómo es François Ozon y su cine? No lo sabemos: la pregunta es más interesante que la respuesta, la idea es más estimulante que el resultado. Ver para creer.

2 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

No he visto la peli, pero, a tenor de lo leído -y de lo visto en el reportaje sobre ella emitido en Días de cine-, me temo, compa Xavier, que tu texto es bastante más brillante que la propuesta de Ozon (al que, en todo caso, no se puede negar -y hay que agradecerle, visto cómo está el patio de la cinematogría actual-, su inquebrantable voluntad marciana...).

Un abrazo y buen día.

Jose Barriga dijo...

Que agradable noticia, pensé que la cinta no gustaría para nada, y yo ando un poco emocionado con verla. Excelente reseña Xavier, ahora mis expectativas crecen.

Te espero mañana en el blog del DIRECTED BY 4, con el primer post oficial.