miércoles, 8 de octubre de 2014

CRÍTICA | EL CUENTO DE LA PRINCESA KAGUYA, de Isao Takahata


Érase una vez, un estudio llamado Ghibli
LA PRINCESA KAGUYA (THE TALE OF PRINCESS KAGUYA,
KAGUYA-HIME NO MONOGATARI), de Isao Takahata
Festival de San Sebastián: Perlas de otros festivales. Festival de Sitges: Candidata a mejor película de animación
Japón, 2013. Dirección: Isao Takahata Guion: Isao Takahata y Riko Sakaguchi, a partir del cuento popular anónimo El cuento del cortador de bambú Música: Joe Hisaishi Género: Fantasía. Cuento animado. Duración: 135 min. Tráiler: Link
¿De qué va?: Un anciano campesino encuentra a una niña dentro de una planta de bambú. La niña crece muy rápido, y el hombre está convencido de que la pequeña se trata de una princesa. Antes de que la niña se convierta en una preciosa mujer, el anciano traslada a Kaguya a la ciudad para que distintos emperadores, luchadores y nobles libren una disputa por la mano de la muchacha.


Este mes Isao Takahata cumple 79 años, y lo hace con el estreno de La princesa Kaguya, una película que vuelve a poner a Takahata en el olimpo de la animación, muy concretamente en los anales de ese estudio tan importante que es Ghibli. Takahata sigue fiel a su esencia y su nueva película poco tiene que ver con las propuestas animadas de reciente estreno. La princesa Kaguya vuelve a la clásica estructura del cuento, y sus fotogramas se despliegan con la sencillez y la belleza de unas ilustraciones bidimensionales, unas acuarelas que cobran vida no tanto por efecto de la técnica cinematográfica sino por el corazón y los valores de la historia. Es un placer dejarse llevar por el 'Érase una vez...': todo lo que sigue tras esa frase es pura belleza. También es imposible no ver La princesa Kaguya como la culminación de un legado, la obra de despedida de su director. En Japón fue un relativo fracaso de taquilla, tal vez porque los tiempos son muy diferentes, los gustos de los más pequeños han cambiado y la sencillez del film puede confundirse equivocadamente con un ejercicio de austero anacronismo. Nada más lejos de la realidad: La princesa Kaguya es una experiencia atemporal, tan íntima y mágica como escuchar los relatos de la abuela a la luz de la hoguera. El problema, puestos a poner algún pero, es otro: un metraje excesivo, y la sensación de que el film, más que un relato de tomo grueso, es un recopilatorio de episodios aislados. Sea como sea, no cuesta imaginarse a Takahata en la soledad de su estudio, lápiz en mano y papel en blanco, dando forma a la que con toda seguridad será su última creación. La imagen provoca cierta ternura, y el cinéfilo de pro sabrá agradecer a Takahata todas sus aportaciones, incluyendo a esta crepuscular princesa atrapada entre el mundo de los deseos y el del deber. Un auténtico lujazo, un rotundo broche de oro.


Para nostálgicos de la animación con valores.
Lo mejor: La primera hora es impecable.
Lo peor: Ganaría con menos excesos y más síntesis.

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