viernes, 19 de diciembre de 2014

CRÍTICA | EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS, de Peter Jackson


Última visita a la Tierra Media
EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS, de Peter Jackson
EE. UU., 2014. Dirección: Peter Jackson Guion: Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro y Fran Walsh, a partir de la novela de J. R. R. Tolkien Fotografía: Andrew Lesnie Música: Howard Shore Reparto: Martin Freeman, Ian McKellen, Luke Evans, Evangeline Lilly, James Nesbitt, Aidan Turner, Richard Armitage, Ken Stott, Stephen Hunter, Orlando Bloom, Hugo Weaving, Cate Blanchett, Ian Holm Género: Fantasía. Aventuras Duración: 135 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 17/12/2014
¿De qué va?: Tras su encuentro con el dragón Smaug, Bilbo y sus compañeros resisten en la Montaña Solitaria. Smaug muere tras sembrar el terror en la Ciudad del Lago, y la montaña que alberga todos los tesoros de los distintos reinos se convierte en el epicentro de una guerra monumental. Sauron pretende desatar el terror con una amenazante legión de orcos. Los enanos, comandados por un rey enajenado, no están dispuestos a dar su brazo a torcer. Los elfos se concentran en la Ciudad, y las gentes del lugar esperan expectantes la batalla. El mago Gandalf, ya liberado, se reúne con Bilbo. Y Bilbo, sirviéndose de los poderes del anillo, y a pesar de su menuda figura y de su escasa pericia como guerrero, conseguirá restablecer el orden perdido.



Podríamos resumir las aportaciones de El Hobbit (2012-2014) en dos puntos: su afilado sentido del humor y su notable sentido del espectáculo. En el primer aspecto, la interpretación de Martin Freeman, un clown con pies de hobbit, ha jugado un papel esencial para dotar de frescura a la propuesta. En el segundo, la técnica cinematográfica, y sobre todo los avances tridimensionales de los que no se pudo beneficiar la primera remesa de películas de Jackson, han ayudado a redondear el proyecto. La estructura de cuento de El Hobbit, además, confiere una personalidad especial a la saga, paralela en fondo y forma a la de El señor de los anillos, pero aliviada del barroquismo de ésta. Da la sensación, en definitiva, que Jackson ha tomado El Hobbit como un divertimento personal, mientras que El señor de los anillos fue en su tiempo un reto en todos los aspectos, una forma de demostrar a fans, compañeros de profesión y mandamases de la industria que el que fuera el reto más anhelado en Hollywood podía hacerse realidad y dejar una huella imborrable en la historia del cine. Con El Hobbit, en definitiva, el neozelandés ya no tenía que demostrar nada a nadie, y tal vez por eso las últimas entregas han resultado más livianas, más naifs, más conscientes de los objetivos y los motivos que están detrás de este regreso a la Tierra Media: eternizar un poco más los mundos, los personajes y las acciones de los libros de Tolkien. También, cómo no, más descaradas en su objetivo de exprimir un poco más la gallina de los huevos de oro.


Por todo esto, sorprende que El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos traicione los postulados de la nueva trilogía para convertirse en una reproducción de la épica de El señor de los anillos. El cierre de El Hobbit olvida cualquier atisbo de comicidad para convertirse en una epopeya de magia y espada, con largas secuencias bélicas y coreografías digitales a base de lanzas, criaturas extrañas y asedios varios. Bilbo, que hasta ahora funcionaba como contrapunto humorístico, brilla por su ausencia, cual protagonista desterrado de su propia historia, si buen retoma el mando en un epílogo final que une con pericia la trama de las dos sagas. Y la herencia de El señor de los anillos, al explicitarse, hace de esta tercera parte una película coartada por sus antecedentes: dista de tener la complejidad emocional y el ritmo de, por ejemplo, los pasajes más guerrilleros de Las dos torres, aunque visualmente, con las adaptaciones de los nuevos tiempos, siga jugando en la primerísima división del séptimo arte.


Unos justificarán la oscuridad y el recrudecimiento de El Hobbit como una evolución lógica de la historia (argumento, si se me permite, muy trillado, convertido en término comodín para justificar las debilidades narrativas y los delirios de grandeza de cualquier producto fantástico de raíz literaria, desde Harry Potter hasta la actual Los juegos del hambre). Para otros, entre los que me incluyo, el cambio obedece seguramente al hecho de que lo visto en La batalla de los cinco ejércitos era, en su génesis, un agregado de la segunda parte (recordemos que la trilogía se rodó y concibió como una colección más corta de tan solo dos películas, y que posteriormente en la sala de montaje se confeccionaron, con remaches y licencias de más o menos gusto, las tres cintas que hemos visto en salas). Esta tercera parte, en resumen, resulta una coda alargada de una historia mutilada por imperativos comerciales: conserva los escenarios habituales, la retórica de siempre y la liturgia de la casa, pero resulta más trivial y aparatosa. Suficiente como para poner punto y final a una Tierra Media que ya suena a déjà vu.


Para los que siguen viendo El señor de los anillos con la pasión del primer día.
Lo mejor: El imponente despliegue de medios.
Lo peor: La sensación de fatiga tras tantas horas de vigorexia 'tolkiana'.

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