miércoles, 7 de agosto de 2013

CLAUSURA Cinoscar Summer Festival: EL PASO SUSPENDIDO DE LA CIGÜEÑA, de Theo Angelopoulos

El paso suspendido de la cigüeña, pese a su proyección en el Festival de Cannes del año 1991, nunca llegó a estrenarse en los cines españoles. De hecho, el cine del griego Angelopoulos siempre tuvo una relación conflictiva con nuestro país: La eternidad y un día, Palma de oro en 1998, pudo verse en los cines locales casi dos años después de dicho galardón, mientras que el resto de países europeos pudieron disfrutar del film en pantalla grande muchos meses antes. Tal vez por estos desajustes impredecibles de la distribución, el sello Intermedio, sabiéndose en deuda con la obra del genio (Paisaje en la niebla y La mirada de Ulises tuvieron un impacto anecdótico en las carteleras españolas), publicó en dvd hace una década gran parte de la obra de Angelopoulos, concretamente sus últimos y más cacareados títulos. Gracias a esta colección, los espectadores del extremo sur de los Pirineos pudimos disfrutar por primera vez de El paso suspendido de la cigüeña, obra que conecta como no podía ser de otra manera con el mundo y el ritmo propio de su artífice. Más que en ninguna otra película, aquí Angelopoulos se revela como un artista de fines periodísticos y de gran vocación lírica: podríamos decir sin riesgo a equivocarnos que la película supone la semilla de la posterior La mirada de Ulises, y que esta a su vez sentaría las bases de un concepto espaciotemporal del recuerdo que luego el cineasta exploraría en toda su complejidad en La eternidad y un día. La filmografía de Angelopoulos, en definitiva, se engarza y se conecta, guarda entera relación; y al final da la sensación de asistir, con matices y pequeñas variaciones, a la misma película, detalle que los detractores del director siempre criticaron y que sus incondicionales siguen agradeciendo.


El paso suspendido de la cigüeña es la historia de un descubrimiento, y de cómo ese descubrimiento produce una ralentización en la vida personal y laboral de su protagonista. En esta ocasión, Angelopoulos deja la estructura de la road movie adaptándola hasta dar forma a la que es su 'gran película sobre las fronteras'. Multitud de inmigrantes se agolpan a lado y lado de la frontera que separa Grecia y Albania, y en ese lugar un joven periodista cree ver a un antiguo político desaparecido una década atrás. Alexándros, de nuevo alter ego de su autor, empieza a investigar, se deja contagiar por el frío, la desolación, la tristeza, la pobreza y el ralentizado paso de las horas en un lugar que no es tierra de nadie y a la vez de mucha gente, refugio provisional de muchos y casa de muy pocos. Angelopoulos denuncia de forma directa la Europa de las desigualdades y acomete su discurso social con la inserción de tres historias de amores imposibles: la relación truncada entre el recuperado político y su esposa, alimentada de recuerdos desde la ausencia del hombre de su vida; la relación que Alexándros entabla con una chica en su austero hotel, muestra de que como reportero pero sobre todo como persona no puede mostrarse impávido ante la desgracia que se despliega ante sus ojos; y una tercera relación, mostrada en un largo, silente y recurrente plano conclusivo, entre un novio y una novia que celebran su boda desde las dos orillas del río separadas por la frontera. En resumen, una elegía de discurso lapidario y enorme belleza, lastrado en parte por una excesiva parsimonia en la concepción de sus planos: hasta los más admiradores de Angelopoulos admitirán que la mayoría de escenas duran bastantes segundos más de lo deseado. Al fin y al cabo, esa es la sensación de nulo discurrir del tiempo que debe tener un refugiado despojado de todo a la espera de cruzar un palmo de tierra en busca de la felicidad. Una película terrible, en el sentido más lírico del término.


PUNTUACIÓN DEL JURADO



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