viernes, 6 de noviembre de 2015

CRÍTICA | DESPUÉS DE LUCÍA, de Michel Franco


Bofetadas impostadas
DESPUÉS DE LUCÍA, de Michel Franco
Mejor película, sección Un Certain Regard: Festival de Cannes 2012
México, 2012. Dirección y guión: Michel Franco Fotografía: Chuy Chávez Reparto: Tessa Ia, Hernán Mendoza, Gonzalo Vega Sisto, Tamara Yazbek Bernal, Paloma Cervantez, Juan Carlos Barranco, Francisco Rueda, Diego Canales Género: Drama Duración: 100 min. Tráiler: Link
¿De qué va?: Alejandra y su padre cambian de residencia, trabajo y colegio. Atrás dejan un duro episodio que ninguno de los dos verbaliza. Pronto, Alejandra empezará a sufrir bullying, pero la chica acalla el problema para no preocupar a nadie de su entorno. Un día, Alejandra pondrá fin a su situación, hasta el punto de que la vida de sus familiares y de sus acosadores cambiará para siempre.


El cine mexicano, al menos los títulos de esa cinematografía que se han exhibido recientemente en los festivales más importantes, parece preocupado en mostrarnos unas dinámicas sociales marcadas por la violencia y la inoperancia de los estamentos policiales, educativos y judiciales. Michel Franco se suma a la corriente de apellidos como Iñárritu, Reygadas y Escalante con Después de Lucía, una película que se coronó en los altares de Cannes al vencer en la sección Un Certain Regard del 2012. Franco sigue fiel a los postulados de sus compatriotas: fueras de campo y silencios recurrentes, ausencia de diálogos y apego por los planos secuencia de gran virulencia, tanto física como verbal. 


Franco consigue una película incómoda que deja a la superficie la peor cara de una sociedad corrompida: no hay ningún atisbo de esperanza, e incluso las víctimas, en última instancia, canalizan el maltrato sufrido con respuestas tan inesperadas como reprobables, como si el México contemporáneo fuera un paraje del 'antiguo oeste' donde todavía existe la ley del 'ojo por ojo'. Por ello, Después de Lucía resulta una película tan desangelada como exagerada, tan dolorosa como manipuladora. Hiere, pero el espectador nunca termina de creerse la dureza del conjunto.


La protagonista del film sufre vejaciones de todo tipo por parte de sus compañeros de clase, pero no avisa ni a sus profesores ni a su padre de la situación que está viviendo en su instituto, un detalle que Franco obvia en beneficio de su historia, pero que al final acaba por resultar del todo inverosímil. Cualquier espectador atento frunce el ceño al ver que los profesores no se percatan en ningún momento del agravio, que la policía actúa con una ineficacia casi cómica o que el padre, amparándose en una depresión nunca aclarada, se muestra demasiado permisivo. Un conjunto reconocible, pero demasiado inhóspito como para ser verdad.


Después de Lucía, en definitiva, termina siendo una cinta de violencia gratuita y de moral más que dudosa. Una película pretenciosa, de principio hermético y de final rocambolesco, tras cuyo visionado uno se pregunta si el mundo que le rodea es tan deprimente como lo filma Franco. En esta ocasión, sin que sirva de precedente, la ficción supera a la realidad. O, dicho de otra manera, su aparente pátina de cine social, veraz y real, acaba en la impostura más molesta.

Para preocupados por el bullying.
Lo mejor: La firmeza con la que Franco acomete las escenas más complicadas.
Lo peor: La impunidad y la ambigüedad moral que encierra la historia.


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