martes, 14 de abril de 2015

CRÍTICA | UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD (EN CHANCE TIL), de Susanne Bier


De (in)justicias y oportunidades
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD (EN CHANCE TIL, 
A SECOND CHANGE), de Susanne Bier
Festival de San Sebastián 2014: Sección oficial a concurso
Dinamarca, 2014. Dirección: Susanne Bier GuiÓn: Anders Thomas Jensen Fotografía: Johan Söderqvist Reparto: Nikolaj Coster-Waldau, Nikolaj Lie Kaas, Ulrich Thomsen, Maria Bonnevie, Lykke May Andersen Género: Thriller dramático Duración: 105 min. Tráiler: Link 
¿De qué va?: La vida de dos amigos policías es casi antitética. Andreas acaba de ser padre, le gusta su trabajo y tiene una mujer que le quiere. Por el contrario, Simon se acaba de divorciar de su esposa y ahoga sus penas en el alcohol. Un día, ambos compañeros deben mediar en un conflicto entre una pareja de yonquis. Al comprobar que el bebé de los jóvenes está desatendido, desnutrido y rodeado de basura, los policías reconducen el caso a servicios sociales. Con todo, un suceso inesperado hará que Simon tome una decisión inesperada. Andreas dejará de ser el policía bueno, mientras que Simon deberá esclarecer el misterio con la mayor discreción y profesionalidad posible.


El de Susanne Bier es más un cine de contrastes que de matices. En sus películas siempre colisionan dos modelos de vida, dos personajes con un bagaje muy diferente, dos cosmovisiones que, al chocar, derivan en conflicto. Podría decirse que a Bier le gusta narrar a partir de antónimos, cuanto menos de complementos, como si la cineasta danesa siempre necesitase de un elemento externo para contraponer sus premisas. De ahí que la filmografía de Bier también pueda definirse como una obra 'de tesis', empeñada en mostrarnos las desigualdades social que existen en la Europa de nuestros días. Un discurso que ya conocemos, pero que Bier defiende con una eficacia y vehemencia admirables. El nuevo resultado de esa militancia social es Una segunda oportunidad, película que pudimos disfrutar (o mejor: sufrir) en el último Festival de San Sebastián y que el pasado enero llegó a los cines daneses.


Una segunda oportunidad se acoge a la estructura habitual de las ficciones de Bier. Una pareja de drogadictos descuida a su bebé de pocas semanas. En paralelo, un policía pierde a su hijo recién nacido de forma accidental. La respuesta es extrema: el personaje rapta al pequeño de la familia contraria, dando pie a una investigación y a una doble tragedia que tomará derroteros inesperados. Bier narra su particular cuento sobre las ironías de la justicia y los constantes lazos entre el bien y el mal sirviéndose de sus constantes habituales: especial delectación por los planos descarnados (las tomas con el bebé rodeado de inmundicia logran que la platea responda con un quejido), los diálogos incómodos (todos los personaje rozan la histeria en algún momento del relato) y los azarosos mecanismos del destino (los seres del film se unen y se separan, se juntan y se repelen, según principios que el espectador nunca puede prever).


De nuevo, el conjunto vuelve a funcionar, pone contra las cuerdas el aguante y los revestimientos morales del espectador (Bier consigue que nos preguntemos qué harías nosotros en una situación como la que vemos en pantalla), y se resuelve con un sentido de la acción realmente admirable. Con todo, es imposible no tener la sensación de que Bier no sólo está filmando una cinta que ya ha rodado, sino que lo hace de una forma que, al intentar ser excesivamente naturalista, puede resultar simple y llanamente desagradable. Pero Bier nunca ha sido comedida, y a estas alturas no se le pueden pedir peras al olmo. Bier repite fórmula, pero lo hace con una notable capacidad de lucha: se nota que Bier cree en lo que hace y en lo que está contando, y los fotogramas del film, inevitablemente, se contagian de esa furia artística. Por nuestra parte, merece una segunda oportunidad en forma de nuevos visionados. Esperamos su estreno en las salas españolas.


Para amantes de las películas con encrucijada moral.
Lo mejor: Coster-Waldau y Lie Kaas, que perfectamente hubieran podido 
compartir la Concha de oro a la mejor interpretación masculina del certamen.
Lo peor: Su tendencia al tremendismo.

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