sábado, 22 de mayo de 2010

EL IDIOMA IMPOSIBLE 5'5 / 10

Vista en el Festival de Málaga y concursante en la décima edición del Festival REC de Tarragona, El idioma imposible supone un doble estreno: es la ópera prima de Rodrigo Rodero y la primera incursión como actriz de Helena Miquel, musa indie de la escena nacional con su grupo musical (y bizarro, y genial) Facto Delafé y las flores azules (quién sabe si siguiendo la estela de otros nombres como Najwa Nimri o Leonor Wartling). No es su primer trabajo, pero Andrés Gerturdix se enfrenta a su primer papel protagonista poniendo voz y cara a Fernando, un joven misterioso que trafica con anfetaminas en la Barcelona marginal de principios de los 80. Todo respira novedad y todo inspira buenas intenciones en una obra que, como su título, es difícil de describir. Rodero propone un mundo sensorial que nace de lo corrupto. El Barrio Chino de Barcelona, sus playas y pubs, sus prostitutas y demás habitantes (no cuesta nada empatizar con Karra Elejalde, un tabernero preocupado por el paso del tiempo y el devenir de su negocio), suponen el marco de una relación amorosa evocada pero imposible. ¿Qué idioma une tanta incomprensión? El de la música, siempre en forma de una banda sonora excelente que no olvida la movida de la época retratada.



Lo verderamente imposible, y he aquí cuando la película pierde parte de su atractivo, es conectar con un mundo que, aunque se presente como lírico, sólo se me antoja vacío. La relación de amor del protagonista con una yonki no debería haber superado la duración y el formato de un largometraje. Además, Helena Miquel ni logra una buena interpretación ni el espectador sabe ubicar su personaje entre tanta confusión lingüística. El idioma imposible, por críptica, se presenta pedante y un tanto deprimente. Uno tiene la sensación de que el film no aprovecha sus posibilidades narrativas, algo que no ocurre con una minimalista y cuidada escenografía. El espacio, a falta de otros alicientes, es el que vence: una Barcelona soñolienta en la que unas botas que cuelgan del tendido eléctrico pueden indicar la presencia de un camello, una ciudad que anochece y despierta ebria de alcohol y amor, una urbe plural que acoje a gente de todo tipo y que dibuja un sinfín de sonidos (las baladas francesas tan bien elegidas, el runrun del mercadillo, las palmas de un compás flamenco, el vaivén del mar o los ruidos de una narración que puede entenderse como un recuerdo, un sueño o un infierno en espera). Puede que sea imposible, pero el intento (su visionado) vale la pena.

2 comentarios:

Lalo Martín dijo...

No la he visto, así que no puedo opinar.
Por cierto, Feliz cumpleaños!!!!
Saludos

Dialoguista dijo...

La fotografía parece genial, a ver si la encuentro ;-)