sábado, 18 de mayo de 2013

Crítica de EL GRAN GATSBY, de Baz Luhrmann

Baz Luhrmann ha hecho de la grandilocuencia y el anacronismo su principal marca de estilo. Su filmografía está formada por empresas de lo más arriesgadas que van de la reactualización del texto shakespeariano a la modernización del musical, del diseño de un peplum maquillado para la era digital a esta reivindicación de los tiempos dorados del viejo Hollywood que viaja del blanco y negro al 3D sin pestañear. El aspecto plástico de la obra de Luhrmann permite al espectador viajar a escenarios imposibles: el director australiano tiene especial habilidad a la hora de zambullirnos en escenas llenas de luces y colores donde todo sucede a gran velocidad y la fuerza de los fotogramas vence a cualquier posibilidad de disfrutar de cada detalle, fleco y lentejuela de las bacanales kitch que suceden en pantalla. Luhrmann siempre acaba ganando por su tendencia al exceso y al barroquismo: más que contar historias, aturde a la platea, colapsa los cinco sentidos del espectador y convierte la sala de cine en un show vivo orquestado con trampa pero también con maña. Con todo, la fastuosidad del cine de Luhrmann casi nunca va acompañada de una buena historia y de unos personajes bien contruidos, algo que en el fondo también le ha beneficiado: al reducir la narrativa de sus criaturas a la mínima expresión romántica, sus películas se han convertido en objetos de culto de toda una generación de jóvenes cinéfilos y estetas. Con El gran Gatsby, en cambio, Luhrmann no puede escudarse en la dudosa solidez del material escrito de base, por lo que de alguna manera la película deja al descubierto tanto las virtudes como los defectos de su autor. La parte buena es evidente: más que verla, El gran Gatsby es una película que se siente, se disfruta, 'se está' dentro de sus imágenes y no simplemente espiando lo que sucede en la proyección. El lado negativo cae también por su propio peso: los personajes se intuyen complejos pero terminan siendo títeres del amor por el recato formal, vacío por dentro, que acompaña toda la filmografía de Luhrmann. El gran Gatsby es frenética y entretenida, pero es una lástima que las directrices del romance más manido acaben imponiéndose a la que era una gran exposición y reflexión de la sociedad neoyorkina anterior al crack del 29. De hecho, las mejores partes del film no son mérito directo de Luhrmann como de la grandeza de la historia inicial: la discusión en el hotel es de una intensidad y calidad interpretativa admirable. Luhrmann es un director diestro, y aunque El gran Gatsby merece un buen visionado y revisionado en este caso hecho de menos que me cuenten lo mismo con mayor profundidad y sensibilidad, seguramente con un metraje mayor pero más sintético, sin tener que recurrir al hit de la diva de turno como hilo musical o al arte del 'brilli brilli' para disimular los trucos del mago. Entre el clasicismo de Lincoln y la mezcla libérrima de El gran Gatsby debe haber un término medio: respeto que Luhrmann haya querido hacer su versión del clásico interesándose, como era de esperar, en los aspectos más frívolos de la historia, pero es imposible no pensar que este Gatsby habría sido mucho más grande si la pericia visual de Luhrmann hubiese ido de la mano de un guion con más enjundia. El director, como Gatsby, está tan preocupado por crear una chuchería de altos vuelos que trabaja más el lado sobrehumano que el humano de la ficción... eso aunque a nadie le amargue un dulce.


Para amantes de la alta costura que leen a los grandes clásicos.
Lo mejor: La sensación de 'comer la película con los ojos'.
Lo peor: Le sobra chaladura y le falta reflexión.

Nota: 6'5

2 comentarios:

Hemos Visto dijo...

Ayer estuvimos viendo "El Gran Gatsby", y la verdad, lo que más nos gustó es el ritmo incremental que lleva la película, y sobre todo la historia, ¡genial!

Dialoguista dijo...

Y para mi en esa grandilocuencia esta justamente su profundidad narrativa. En fin... puntos de vistas. Lo que si coincidimos es que la peli es un banquete para la vista ;)