
La duda reflexiona sobre qué es y cómo es el arte. El personaje de Streep se apoya en Esparta para construir uno de sus intensos, largos y lapidarios sermones. No parece que la referencia sea gratuita: los habitantes de la antigua Grecia y Roma asistían a los anfiteatros; el arte era una reunión cultural, una medicina perfecta para que la sociedad, desde el más rico hasta el más pobre, reflexionase y expiase sus penas y vicios. El arte parece haber sufrido una peligrosa devaluación y la parte pedagógica de lo artístico ha perdido frente a otras cuestiones (algunos dirían banalidades). La duda reúne ahora una sociedad variada en una platea democrática, sin la silla del emperador ni el gallinero de antaño. La duda propone, tanto a nivel narrativo como estilístico, un debate sobre si el arte debe ser bello (visualmente) o práctico (filosóficamente), incluso sobre si el arte es per se un asunto estático a dinámico. ¿Qué debe ser el cine: la filmación de la aventura o la aventura de filmar?

La duda habla de muchas cosas sin hablar demasiado (bendita paradoja) porque es una película que se plantea a modo de enigma y que ha sido escrita a modo de juego. En esta partida de ajedrez, los personajes son las fichas y la numerosa simbología (el viento, el vino, la bombilla, la cruz, etc.), la confirmación de estar ante un todo coherente, ante un tablero con sus propias reglas y jugadores. La duda es, en el fondo, tan fría, irónica, silenciosa y contemplativa como una partida de dicho juego; a La duda le sobra teoría y le falta catarsis, aunque también podríamos preguntarnos si la lágrima fácil, tan ligada al hecho teatral, no es la forma más maniquea de (de)mostrar el dolor.


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