domingo, 29 de septiembre de 2013

Crítica de PELO MALO, de Mariana Rondón

Mientras Chávez está agonizando, en la televisión venezolana emiten ritos de sanación dedicados al caudillo y programas de belleza para adormilar a la población. Una realidad mediática, surrealista y circense que choca con la pobreza que se observa en las calles. En ese mundo de contradicciones, Junior, el protagonista de Pelo malo, observa con la inocencia de la niñez un entorno que es difícil de entender. Su único objetivo es alisarse el pelo para parecerse a un cantante y poder hacerse una foto para el colegio, pero esa anécdota, que en otros niños, en otros contextos y en otros países sería una simple chiquillada, alcanza gracias a la directora Mariana Rondón la entidad de una gran metáfora, de una enorme lucha. El pelo malo del título, en definitiva, es un símbolo de rebeldía en un lugar donde se impone la ley del azote y del silencio. Rondón hubiera podido retratar la Venezuela de los últimos años mediante otros personajes, pero al ceñirse a un ambiente infantil la película gana enteros como festiva exploración de los sueños y a la vez como tristísima explicación de cómo funcionan los mecanismos sociales que imponen el miedo y erradican la diferencia. En otras palabras, un film que combina una potente vertiente social con otra más luminosa relativa a los juegos y a las miradas cómplices que mantiene Junior con los que le rodean.


Todo lo dicho sirve para calibrar qué tipo de película es Pelo Malo y por qué el jurado presidido por Todd Haynes le otorgó la Concha de oro este año. Estamos ante un film hacia el que es muy fácil sentir cierta simpatía porque todo está contado con delicadeza y elegancia: no haber tenido enemigos entre el jurado, la prensa y los espectadores ha sido clave para su victoria en una edición donostiarra con films de naturaleza más radical, y por lo tanto abiertos a divisiones de opiniones más marcadas, como las excelentes Caníbal o Enemy. Con todo, Pelo Malo, más allá de su discurso, no acaba de atinar a la hora de concretar sus ideas en sólidas tramas argumentales. Si bien se entiende el ambiente de represión, no resulta tan armónico que ello se exprese mediante una disputa familiar y una ambigüedad sexual del niño protagonista que en lugar de sumar resta solidez al conjunto (una digresión queer, además, que seguramente habrá gustado mucho al señor Haynes). Pelo Malo, recapitulando, acaba teniendo mejores intenciones que resultados, aunque su visionado propone interesantes reflexiones de carácter local y universal. Una película con imperfecciones, y aún así dotada de sinceridad y notable frescura. Este año el Festival de San Sebastián ha premiado al film que más necesitaba el galardón, tanto para su distribución como para la difusión de su noble discurso, no al que más lo merecía. Pero hay que ser justos: Pelo Malo dista de ser una mala película.


Para niños, grandes o pequeños, que alguna vez no les dejaron ser niños.
Lo mejor: Las interpretaciones de los niños.
Lo peor: Intuímos antes su ideología que su historia, y eso le resta puntos.

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Nota: 6'5

2 comentarios:

Alejandro Salgado Baldovino dijo...

Muy buena cobertura. Con ganas de ver la ganadora de la Concha de Oro. Saludos!

Ismael Cruceta dijo...

Por fin me siento un rato a leerte tranquilo después de este huracán de entradas interesantes que ha supuesto el Festival de San Sebastián.
Respecto a la ganadora, toda una sorpresa... me alegra que el cine latinoamericano reafirme su buenísima salud... digo más, su crecimiento imparable hacia la solidez. Tengo ganas de verla, no sé si va a ser afín a mis ideas políticas, pero más allá de eso, sabré apreciarla si realmente es buen cine.
un abrzo!!!