domingo, 30 de abril de 2017

CRÍTICA | PHILADELPHIA, de Jonathan Demme


La ciudad del virus
PHILADELPHIA, de Jonathan Demme
2 Óscar y 2 Globos de oro: actor protagonista y canción original. Oso de Plata al mejor actor
EE. UU, 1993. Dirección: Jonathan Demme Guión: Ron Nyswaner Música: Howard Shore Fotografía: Tak Fujimoto Reparto: Tom Hanks, Denzel Washington, Antonio Banderas, Joanne Woodward, Jason Robards, Mary Steenburgen, Ron Vawter, Robert Ridgely, Charles Napier, Roberta Maxwell, Lisa Summerour, Roger Corman, Bradley Whitford, Anna Deavere Smith Género: Drama Duración: 115 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 11/03/1994
¿De qué va?: Andrew es un joven abogado de éxito cuya vida cambia cuando es despedido de su bufete. El hombre quiere alegar despido improcedente porque sospecha que su jefe sabía que había contraído el virus del sida. Un abogado afroamericano con muchos prejuicios se encargará de liderar la defensa de Andrew.


Philadelphia ha pasado a la historia por ofrecer el primer personaje homosexual que la Academia de Hollywood recompensó con el Óscar. El dato puede hacer pensar que el film de Jonathan Demme es un puntal clave del cine queer, pero, más allá de la polémica y la fama que se labró en el momento de su lanzamiento, la película se revela como un documento parcial de su tiempo, con un discurso más que cuestionable. De hecho, cabría matizar lo dicho anteriormente, ya que es más acertado considerar que Andrew Beckett, el sufrido protagonista de Philadelphia, fue, tendencias sexuales aparte, el primer enfermo de VIH que se alzó con la estatuilla. Al libreto de Ron Nyswaner le interesa más su personaje como portador del sida que como homosexual, por lo que en la película, casi toda articulada según los cánones del drama judicial, se dirimen sus derechos como abogado antes que como ciudadano, aunque el título de la cinta quiera proponer una relación-metáfora entre la historia personal de Beckett y el devenir de toda una ciudad. A su vez, sorprende que la película no indague en las interioridades de su personaje, sin justificar la complicidad asexuada que mantiene con su amante, la comprensión que le brinda su núcleo familiar y, en contraposición, la implacable hostilidad que recoge de su entorno. Trazos básicos, en definitiva, de una película esquemática, lacrimógena y efectiva que condensa todos los clichés habidos y por haber, evitando a propósito escenas o realidades que puedan levantar ampollas, por mínimas que sean, entre el gran público. Con todo, nadie niega a Philadelphia su ritmo cinematográfico y el atino de todo su elenco de intérpretes (el oscarizado Hanks a la cabeza), incluso aquellos a los que el guión les niega la relevancia que deberían tener (el caso más flagrante es el del personaje que da vida Antonio Banderas). Philadelphia es, en pocas palabras, una demostración de cine caduco, no tanto por sus desmanes fílmicos, sino porque el avance de la sociedad en cuestiones de igualdades laborales, de género y de sexualidades de los últimos años supera con creces el fosilizado retrato de esa Philadelphia convulsa que se mueve a ritmo a Neil Young y Bruce Springsteen. Mejor no hacer sangre cinéfila y optar por la pedagogía arcoíris: Philadelphia debería servir de ejemplo de todo aquello que la sociedad del S. XXI, en la realidad y en la gran pantalla, debe y no debe mostrar/tolerar en relación al universo LGTBI.


Para interesados en las evoluciones de las reivindicaciones LGBTI.
Lo mejor: Tom Hanks.
Lo peor: Sus debilidades están en lo que esconde, no en lo que cuenta.


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