miércoles, 16 de enero de 2013

Crítica de INFANCIA CLANDESTINA, de Benjamín Ávila

Infancia clandestina desprende rabia, verdad. Algo muy poco frecuente. Y no es para menos, porque el cineasta Benjamín Ávila, en un ejercicio de cine personal o 'película exorcismo', ha contado su propia historia. La suya y la de otros tantos. La de toda una generación de hijos de guerrilleros que pasaban de pueblo en pueblo, de colegio en colegio, cambiando de nombre y perdiendo a cada paso aquello tan preciado que es la infancia. A esa infancia secuestrada, retenida, robada, dedica Ávila una película que parece escupida y filmada desde los adentros. Lo hace en sus planos iniciales, imágenes manga con los que el director nos pone en situación y nos cuenta los antecedentes históricos de su trama. Lo hace con la delicada mirada del niño protagonista, de forma que podamos sentir desde el otro lado del espejo sus miedos, sus dudas, sus pulsiones, las conversaciones de los mayores cogidas al vuelo y a escondidas, el primer amor de adolescencia. Y lo hace cuando su irremediable resolución llega con toda su crudeza. Ávila ha parido un film histórico moderno, en primera persona pero con la suficiente inteligencia para impedir que la voz narradora acabe con la poesía y la reflexión. Infancia clandestina tampoco es una película obvia, porque deja suficiente espacio para la libre interpretación, para la crítica, para el matiz. Pocas películas son tan certeras, tan delicadas e impactan a tal punto como Infancia clandestina, cuya clave está en un reparto excelente, encabezado por el tío que da vida Ernesto Alterio. Una película que para su firmante habrá supuesto una tirita para la herida que venía arrastrando desde demasiado tiempo. Seguramente, y a falta de saber el impacto que ha causado en su Argentina natal, también habrá tenido propiedades balsámicas para muchos espectadores. Los compañeros chés pueden estar muy contentos de su representante a los Oscar, una propuesta arriesgada estrenada por desgracia casi de tapadillo entre nosotros. Clandestinamente, valga la redundancia. Hay que reivindicarla.


Para críticos dispuestos a recordar
Lo mejor: Puede que estemos ante el mejor trabajo de Ernesto Alterio.
Lo peor: La escasa incidencia que ha tenido en nuestro pais.

Nota: 7

No hay comentarios: